Proezas como rutina
Hernán Cortés Monroy Pizarro Altamirano.
Desde Medellín en Badajoz, pasando por Salamanca, Santo Domingo ( La Española
), Cuba, Costa del Yucatán ( Cozumel, Tabasco, Potonchán, San Juan de Ulúa,
Veracruz), Cempoala, Tlaxcala, Cholula, Tenochtitlán, Guatemala, Honduras,
regreso a España, Baja California, de nuevo a España y Argel, hasta Castilleja
de la Cuesta camino de Sevilla.
Hay que contarlo.
Hidalgo extremeño, Marqués del Valle de Oaxaca, Gobernador y Capitán General de
Nueva España. Conquistador de Méjico.
Trató con los emperadores de España y de Méjico. Conoció y forjó el mundo y el
tiempo que le tocó vivir. Grande entre los titanes de la historia.
Evidentemente el mayor mérito que le reconozco es el de ser primo segundo por
parte de madre de don Francisco Pizarro.
Hernán Cortés nació en el pacense pueblo de Medellín, en 1485. Hijo de hidalgo, Cortés fue universitario. A los 14 años se traslada a
Salamanca, una de las
universidades más importantes de Europa en aquel momento, y estudia leyes durante dos años.
A Cortés fue mujeriego y con poco más de 18 años esta circunstancia a punto está de costarle la vida:
El joven Hernán se siente atraído por su bella
vecina, no sabemos si la cosa era recíproca, pero
algo debió haber, porque una noche, Cortés, a lo Tenorio, decide escalar la
tapia y colarse de rondón en su casa, aunque con tan mala fortuna que la tapia
cede y se derrumba encima de nuestro Don Juan y, al momento, debido al
estruendo, aparece el marido, por lo que Cortés, muy magullado, tiene que
poner pies en polvorosa.
Trató don Hernán, sin éxito, de participar en
las campañas italianas de don Gonzalo Fernández de Córdoba ( El
Gran Capitán ). Suerte para los
italianos-franceses que la cosa no cuajó.
En el año del Señor de 1504, con apenas 19 años, se embarca rumbo a las
Indias. Su primer destino sería en la Española, de la que después saltaría
a Cuba. En la Española, Cortés recibe su bautismo de fuego, al participar
en diferentes escaramuzas contra los caciques locales, recibiendo como
recompensa del gobernador Ovando, algunas tierras y la escribanía de la villa
de Azúa. Allí se encontrará cuando comienza la ocupación de Cuba, en cuya
campaña intervendrá a partir de 1511.
En Cuba conoce a Catalina Suárez
Marcaida, a la que corteja y se convierten en amantes, Cortés no busca nada
mas, pero resulta que el gobernador de Cuba Diego Velázquez, es el amante
de la hermana de Catalina, siendo presionado por aquella para que Hernán se
case con su hermana. Así, el gobernador, para evitarse problemas con su amante,
obliga a Cortés a casarse con Catalina. Cortés se niega y Velázquez le
encarcela. Finalmente, Cortés cede y se casa con ella.
De improviso, la monotonía en la vida de
Cortés, se ve interrumpida por el ofrecimiento del gobernador de mandar una
expedición de refuerzo a Cozumel. Esta será su gran oportunidad y Cortés no la
desaprovechará, convirtiéndola ( en contra del deseo de Velázquez ) en una
campaña de conquista.
La conquista del imperio azteca o mexica está
a punto de comenzar, corría el año de 1519 cuando la expedición parte de Cuba.
Estuvo vivo don Hernán al aprovechar la oportunidad
que don Diego le ofrecía, fue persuasivo y elocuente al reclutar a más de 600
hombres para su empresa y fue audaz al precipitar su partida advertido de que
iba a ser cesado inminentemente por don Diego ( que entendió que eran muchos
preparativos para una expedición de exploración y refuerzo ).
10 de febrero de 1519, nos vamos a Méjico.
Tras una tormentosa travesía, Cortés llegará a
la isla de Cozumel, frente a las costas de la península de Yucatán.
Cuatrocientos hombres de guerra y dieciséis de
a caballo.
Treinta y dos ballesteros, trece escopeteros
y tres artilleros.
Centla. La primera batalla.
En Potonchán desembarcó Cortés, tocando por
primera vez tierra firme continental, y aquí tendrá lugar la primera
batalla, tocaron tierra aquí para aguar.
"Al amanecer del 24 de marzo, los
españoles se formaron en la plaza del pueblo y lista la caballería,
arcabuceros, lanceros y artilleros, todos armados con espadas y protegidos con
cascos y armaduras, se dirigieron al encuentro de los indios.
Eran poco más de 400 hombres. Al llegar a una
extensa llanura cultivada de maíz que se nombraba Centla, divisaron a lo lejos
el ejército nativo: ocho columnas de cinco mil hombres cada una, ataviados
con penachos, sus cuerpos totalmente pintados de negro, blanco, amarillo,
verde, rojos, o envinados de achiote; portaban rodelas, hondas, flechas, cachiporras,
pichas o macanas; tocaban caracoles, chirimías, conchas de tortugas percutidas
con astas de venado, produciendo todo esto y la gritería, un ruido ensordecedor
e imponente." D.Bernal Díaz del Castillo.
El choque fue brutal, pero al final se impuso
la superioridad bélica de los españoles. Los españoles tuvieron más de 60
heridos y 2 muertos, mientras que en el bando indígena hubo más de 800
muertos.
El número de indios es tan espectacular:
40.000, que Juan Miralles afirma que tal número es impensable y rebaja la
cifra a "solo" 4000 o 6000 indios frente a 400 españoles.
Aún aceptando esta última cifra y considerando
que D.Bernal ( que estaba allí ) era un exagerado, la victoria de Cortés y sus
hombres, la primera en el continente americano, es sencillamente heroica,
y haciendo revista de las fuerzas puestas en batalla e independientemente
de la cifra de guerreros indios aceptada, la aventura de don Hernán podría muy
bien haber acabado en Centla ( acabado antes de empezar siquiera ).
Los españoles llevamos caballos que, indudablemente debieron espantar a
los indios y armas de fuego, extremadamente desconcertantes y letales.
Pero la realidad incuestionable era una inferioridad numérica apabullante y que
los guerreros mayas que enfrentaron no eran campesinos con palos sino
luchadores bien conocedores de la guerra.
En Potonchán la población no había sido diezmada por la viruela, aún, y tenían
la organización necesaria para reunir un poderoso ejército.
Antes del combate hubo ciertos infructuosos parlamentos de paz entre Cortés y
los indios con Jerónimo de Aguilar de intérprete ( rescatado de un poblado maya
al que llegó tras un naufragio ). También les hacía de intérprete un indio maya
apodado Melchorejo.
La "bienvenida" continental dejó bien claro a los españoles que la
aventura no iba a ser un paseo y a los indios que los españoles no veníamos de
paseo.
La esclava maya Malintzin, parte de los tributos
de los tabasqueños a Cortés y su nuevo rey Carlos I de España, resultó ser la
primera americana trascendental en la historia del continente. Políglota
( conocía el maya y el náhuatl, y aprendió el español ), fue
intérprete fiel a la causa de don Hernán ( Melchorejo traicionó a los españoles
alentando a la resistencia y a la rebelión a los indios ).
Rebautizada como Marina - doña Marina en calidad de consejera y concubina
de don Hernán, con quien tuvo un hijo años después, don Martín Cortés , y
apodada La Malinche - hizo posible que Cortés se comunicara con los
indios, y no solo eso, hizo posible que entendiera su idiosincrasia e
intereses. Crucial.
La Villa Rica de la Vera Cruz es la primera ciudad europea en la América
continental.
Moctezuma tuvo noticias de la llegada de los españoles y los indios en general
empezaron a tener noticias de la viruela. Cortés por su parte tuvo conocimiento
de la existencia del Imperio Azteca, rico y poderoso, en el interior del
continente.
Aquí tenemos a don Hernán, en rebeldía con el gobernador de Cuba y ante el
desafío de doblegar al Imperio Azteca. Unos pocos hombres curtidos y decididos
a todo, tecnología militar superior pero insuficiente, la inestimable ayuda de
doña Marina y su propia inteligencia serán casi suficientes. Falta lo más
importante, la suerte de cara o la ayuda de Dios.
"Quemar las naves" ha quedado como sinónimo de avance sin posibilidad de
retorno, de victoria o muerte. Sin embargo don Hernán escenificó en la
inutilización para la navegación de sus naves - excepto la nave que
precisaba para mandar a España emisarios leales y lustroso botín para hacerse
valer ante el rey frente a las acusaciones de don Diego Velázquez - la
necesidad de evitar una deserción de los hombres que dudaran ante de la
rebelión de Cortés respecto al gobernador de Cuba.
Con tan escasos medios y tan enorme empresa por delante, muy estúpido sería el
capitán que destruyese el gran material reutilizable que suponían las naves. No
era el caso.
Evitar fugas, sí. Imprimir determinación a la empresa, sí.
Quemar material útil, no.
La alianza entre Cortés y los totonacas se basaba en
el mutuo interés en la conquista de Tenochtitlán, promesa de tesoros y gloria
para los españoles y promesa de destrucción de la tiranía opresora para los totonacas.
Los totonacas ratificaron su voluntad con
1.300 guerreros, víveres y conocimiento del territorio.
El ejército totonaca-español entró en
territorio de Tlaxcala y venció a las tropas de Xicohténcatl Axayacatzin en
tres ocasiones, tras las cuales el senado de Tlaxcala ordenó detener la guerra
para ofrecer la paz y una alianza a Cortés.
Tlaxcala estaba en guerra con Tenochtitlán
( "Guerras Floridas" que desataba Tenochtitlán para la captura
de prisioneros-mártires de sus sacrificios religiosos ). De nuevo Cortés
unió su deseo de conquista al odio a Tenochtitlán. Aceptó la alianza, lo que
supuso más guerreros, más víveres y más rabia encauzada, no hacia los españoles
sino hacia Tenochtitlán.
Cuando don Hernán se encamina hacia territorio
propiamente Azteca se presenta bien armado y pertrechado para afrontar el reto.
Ha demostrado fuerza e inteligencia, arte militar y diplomacia.
Está lejos de la costa y de sus naves
barrenadas, lejos de La Española y la furia de don Diego Velázquez y muy lejos
de España y el favor de Carlos I. Ahora va a conocer a los Aztecas, a su
emperador y a sus guerreros. Los Aztecas, por su parte, van a conocer a don
Hernán, venido de otro continente atravesando el océano Atlántico y decidido a
someterlos militar y políticamente a la corona de España, apoyándose en los
pueblos por los Aztecas sometidos.
Suben las apuestas.
Ha estas alturas de la empresa americana de Cortés ya
queda meridianamente claro que en el mapa estratégico de mesoamérica no hay,
conceptualmente hablando, buenos y malos sino dos fuerzas titánicas en
aproximación, el Imperio Azteca y los conquistadores españoles; y múltiples
pueblos indígenas balanceando las fuerzas al ir tomando partido en apoyo de los
aztecas por alianza o sumisión, o en apoyo de los españoles, vistos como nuevos
amos o aliados o libertadores.
El envite de sumisión, no violenta o violenta,
que pretende lanzar don Hernán a Moctezuma no es muy distinto a los planteados
por los aztecas a los pueblos de su entorno en los últimos 200 años.
Cholula.
Desde que la guerra existe, y existe desde que existe
el hombre, en ella ocurren delitos de lesa humanidad. Ha sido así en todas las
guerras, en todos los tiempos y en todos los continentes. Lo cual no es excusa,
pero sí la constatación de que el asesinato consciente de inocentes es
consustancial a la locura de la guerra.
No juzguemos con el código de la convención de
Ginebra a don Hernán ni con la declaración de derechos humanos, ni con nuestra
visión de las cosas desde la España del siglo XXI porque es injusto. Cortés fue
juzgado por la Iglesia y por las voces proindígenas de su época con veredicto
de culpable y condena de leyenda negra para la eternidad. Suficiente.
En el siglo XVI una masacre era igual de
repudiable que ahora si bien más frecuente y más fácilmente olvidada. La
cometida por don Hernán fue deliberadamente brutal y suponía la expresión de un
mensaje claro para todos los pueblos indígenas involucrados.
El mensaje fue nítido y todos lo
entendieron. Cortés es maestro en la batalla, generoso en la victoria y
fiel en la alianza, ahora bien, Cortés es despiadado en la traición. Quien
traicione a los aztecas tendrá que guerrear contra ellos, quien traicione a
Cortés se expone a la masacre. Hay un matiz.
Matiz crucial en la situación de Cortés,
aliado con indígenas que podrían traicionarle si la suerte de la guerra se
torcía o las tensiones culturales entre indios y españoles se extremaban o
aparecían los hombres de don Diego Velázquez o mil cosas que podían salir mal.
Cosas que se torcieron más adelante, sin
embargo nadie traicionó a Cortés por respeto y por MIEDO. El respeto se lo ganó
día a día, el miedo en Cholula.
Durante la empresa de conquista del imperio azteca se
plantea la necesidad de subirse a un volcán, en busca de azufre para la
pólvora, de 5.452 mts de altitud con poco más que lo puesto y don Diego de
Ordaz junto con otros dos valientes españoles suben, bajan, y a otra cosa.
Proezas como rutina.
Don Diego de Ordaz escaló, junto a otros dos recios españoles, un volcán en
erupción pese a los malos augurios de los temerosos y desertores indios, pese a los
temblores del terreno y pese a la falta de equipamiento. Estableció el récord de
escalada, que no se superó hasta 1802.
Carlos I otorgó a este zamorano, por esta y otras hazañas, el derecho a poseer
escudo de armas en el que se incluye una vista del volcán.
Si esto no es determinación y la demostración de la pasta de la que estaban
hechos los conquistadores, no sé qué es.
Esplendorosa Tenochtitlán.
La visión de Tenochtitlán debió de ser sencillamente sobrecogedora, mezcla de
admiración y desafío.
Unos 200 años antes de Moctezuma, los aztecas eran una
tribu nómada y vulnerable que se refugiaba en un pantano.
En su transformación en el pueblo hegemónico
de mesoamérica no renunciaron a su ciudad de origen y aplicaron todo su poderío
económico y tecnológico a la construcción de una polis en el teóricamente peor
sitio imaginable, haciendo de la necesidad virtud y transformando un poblacho
en un pantano, en una majestuosa ciudad llena de canales, ganándole terreno a
la laguna, para poder establecer una ciudad monumental y para poder generar
campos hiperfértiles, donde producir los alimentos necesarios para mantener su
enorme población.
El esteriotipo de los indios ignorantes,
atrasados, desorganizados y tecnológicamente inferiores se tambalea.
Defensivo fue el origen de su ubicación y con defensas
se desarrolló y creció. Pero los aztecas fueron expansionistas en la concepción
de su imperio y Tenochtitlán no era una polis amenazada o a la defensiva.
No cambiaron la ubicación de su capital a una
zona elevada y mucho más fácilmente fortificable por apego a sus dioses y sus
mandatos.
El águila devorando una serpiente y posada
sobre un nopal en la laguna fue la señal divina de Huitzilopochtli sobre
dónde debían fundar su ciudad y mantuvieron esa voluntad pese a los desafíos
técnicos que representaba su construcción y expansión.
A la postre Cortés entró en Tenochtitlán tres
veces ( invitado, furtivo y destructor ) y la laguna resultó una
defensa formidable pero finalmente insuficiente.
El encuentro entre Moctezuma y Cortés ha sido el hecho
histórico más semejante a un contacto con alienígenas.
Todo debió
ser admiración y recelo. Y había motivos sobrados para admirarse
y recelar mutuamente.
Don Hernán no había venido desde Medellín
hasta Tenochtitlán a hacer amigos sino a por riqueza y posición, si bien,
estaba buscando la forma y manera de conseguirlas al menor coste posible.
Moctezuma hubiese preferido no tener que
recibir a los extranjeros pero estos se habían auto-invitado y no tenía la
seguridad de poder vencerlos en una guerra abierta, tras ver las victorias de
los españoles y sus aliados a lo largo de la ruta hacia Tenochtitlán.
El fondo del planteamiento de los españoles
- sumisión a Carlos I, entrega de tesoros, cristianización, acogida de
cada vez más extranjeros... y todo por las buenas en un ficticio trato de
igualdad - no era viable. El planteamiento del emperador azteca
de démosles lo que pidan y acabarán por irse no era menos iluso.
Empezaba una partida de ajedrez con un imperio
como premio. España era una potencia mayor que los mexicas, pero la
expedición de Cortés, no.
Los aztecas desconocían España y no podían
imaginarse qué significaban la evangelización, las encomiendas, la fiebre del
oro, la gripe, la viruela y el sarampión que traíamos los españoles junto con
los abalorios, las armas de fuego y los caballos que sí veían.
Cortés no era un hombre de paz, sabía
utilizarla como herramienta, igual que utilizó la guerra, la seducción, el
mestizaje, la crueldad y todo aquello que la providencia puso al alcance de su
ingenio. Pero Cortés, que era muchas cosas, no era un hombre de paz.
Moztezuma era un hombre sobrepasado por los
acontecimientos y que trató de velar por su pueblo. Un pueblo el azteca,
belicoso y orgulloso, que no iba a aceptar la sumisión a los extranjeros y a
sus seculares enemigos, pese a los caballos, a las armas de fuego y a
Moctezuma.
Recordemos ahora a los totonacas, aliados -
sin derrota previa - de Cortés.
Diezmados por las epidemias, siervos en las
encomiendas y desculturizados por la evangelización. Desaparecieron. Si bien
las epidemias no fueron intencionadas, las encomiendas no buscaban el
aniquilamiento - y formalmente no ejercían la esclavitud - y la evangelización
procuraba la salvación de las almas.
El resultado es evidente, España y Cortés no
traían ninguna paz, traían Occidente, es decir, una trituradora de
culturas ajenas.
Poniendo las cosas en el lugar más justo
posible habrá que reconocer que don Hernán no fue a aniquilar a los indígenas,
fue a desplazarlos del poder y explotar sus recursos. Fue a ensanchar España y
su fortuna. Y reconozcámosle que planteó el mestizaje como herramienta de
pacificación y armonización - el mestizaje, no la coexistencia -.
Moctezuma no ordenó atacar a los españoles y solo él conoce sus
motivos. Me permito conjeturar acerca de sus motivaciones, en sintonía con lo
mayoritariamente escrito sobre el tema, porque coincido en la lógica de pensar
que Moctezuma sentía miedo. Temía desairar a sus dioses y/o temía acabar
masacrado ( el desaire y la masacre eran ampliables a todo el pueblo azteca y
el no atacar le protegía a él y a todo el pueblo azteca ). ¿Estuvo generoso?, no,
estuvo en gobernante.
Moctezuma no fue colaboracionista, estuvo secuestrado que es bien distinto.
Don Hernán Cortés no era Quetzalcoátl ni ningún
enviado suyo, como pronto entendieron los aztecas.
Don Hernán Cortés no era el emperador Carlos
I, si bien actuaba en su nombre, pese a que el emperador no le había
encomendado la conquista del continente americano y el gobernador de Cuba se la
había prohibido.
Don Hernán Cortés era el conquistador español
de Méjico, y como tal se disponía a incorporar estas tierras a la corona
española, a explotar sus riquezas y a gobernar a sus gentes.
Los aztecas recibieron a los españoles en son
de paz, dudando de su divinidad y sin duda alguna acerca de su potencia
militar.
Habían tratado de convencer a los españoles de
que no fuesen a Tenochtitlán con presentes de oro y plata, con lo que
redoblaron las ansias españolas por presentarse, y habían azuzado a sus aliados
contra los españoles, para evitar su llegada, sin éxito.
Pese a los esfuerzos aztecas, Don Hernán ya estaba
en Tenochtitlán y Moctezuma le recibe amistosamente para explorar sus
intenciones.
Don Hernán se encontraba en el corazón del
imperio azteca, rodeado de un mar de indígenas potencialmente hostiles y
agasajado con regalos y buenas palabras. Su ingenio le indicaba que lo adecuado
era la prudencia, la cautela, la diplomacia y las buenas maneras, y a ello se
aplicó. Contar con la malinche y con el desconcierto azteca permitió
disfrazar las intenciones de Cortés en una ficticia relación de respeto a los aztecas
( a su cultura, su gobierno y recursos ).
Llamar
convivencia pacífica al baile preliminar de dos gallos de pelea es asimilar
la no agresión con la paz, y son cosas distintas.
Cortés y sus hombres se encontraban en el corazón del imperio azteca, en el
centro de su capital, rodeados de miles de probables enemigos, atrapados en una
isla, desayunando todas las mañanas con escenas de sacrificios sangrientos
y caníbales y con Moctezuma secuestrado a modo de rehén que garantizase su
seguridad. Idílico.
Los aztecas alimentaban a unos extranjeros aliados de sus enemigos, que
retenían a su emperador y censuraban sus ritos. Pura armonía.
Aquellos meses no fueron de guerra, cierto, fueron de una tensión creciente que
solo Cortés era capaz de manejar...pero Cortés tuvo que salir a "atender" a los
enviados de don Diego Velázquez que habían desembarcado bajo el mando de Narváez en el continente, para
arrestarle por rebelión.
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Por muy atractiva y sugerente que pueda ser, y de
hecho lo es en extremo, la idea de que don Hernán pudo haber conquistado a los
aztecas pacíficamente ( y de hecho así él lo intentó ), la realidad es que el
planteamiento de la conquista y las personas encargadas de realizarla hacían
imposible su consecución pacífica.
Los hombres de Cortés no eran personas
especialmente ilustradas y tolerantes que habían ido a Méjico a generar una
simbiosis intercultural provechosa con indígenas a los que consideraban como
iguales. No, solo confiaban ciegamente en su capitán. Los Totonacas y
Tlaxcaltecas por su parte traían rencor de decenios.
Los orgullosos y belicosos aztecas debían
aceptar pacíficamente la progresiva pérdida de su capacidad de gobierno y de
sus creencias por imposición de los extranjeros y por orden de su emperador.
Evidentemente no todos iban a permanecer impasibles a pesar de los cañones y de Moctezuma.
Únicamente Cortés podía tener una visión más o
menos global de la situación, un plan y la capacidad para tratar de llevarlo a
buen término. En todo caso, la decisión de secuestrar a Moctezuma demostró lo
"profundo" de su respeto por los aztecas y la "limpieza" de
sus intenciones.
Los aztecas intuyeron con acierto que el fin
de su mundo estaba relacionado con la llegada de los españoles.
Cortés
intentó, muy inteligentemente, evitar una batalla en Tenochtitlán, pues suponía
una evidente desventaja táctica para los españoles, y trató de retrasar y
minimizar lo más posible una, más que probable, rebelión azteca.
Los tributos en esclavos para sacrificar
y los prisioneros de las Guerras Floridas para sacrificar hicieron de
los aztecas unos tiranos odiados, detestados y aborrecidos de tal modo que
muchos vieron en los españoles a los libertadores del yugo azteca o, al menos,
nuevos amos menos crueles - un mal menor, vamos -. Este hondo y visceral odio a
las prácticas aztecas de alimentar a sus dioses con ríos de sangre de los
pueblos por ellos sojuzgados explica la rapidez, fidelidad y abundancia de los
apoyos que concitaron los españoles entre los enemigos de los aztecas.
Con la conquista de Tenochtitlán los
españoles, junto a los enemigos de los mexicas, dieron al imperio azteca dos
tazas del mismo café que este había estado repartiendo por toda mesoamérica
desde hacía doscientos años - derrota y sometimiento -.
En resumen, que a la llegada de los españoles
quienes eran odiados por los indios mesoamericanos eran los aztecas y quienes
eran unos tiranos crueles, no por leyenda sino por hechos constatables, eran
los aztecas.
Los sacrificados por los aztecas declinaron el
honor en cuanto tuvieron la primera oportunidad.
No veo mejor homenaje a don Hernán Cortés que
contar su aventura con la mayor cantidad de datos ciertos posibles, los buenos
y los malos, porque el balance final es francamente positivo y debiera hacernos
sentir muy orgullosos a los españoles; pero sin juicios morales desde la España
del siglo XXI.
Es buen momento para recordar que don Hernán se jugaba
en la conquista su vida, su honor, su libertad y su hacienda; además de ser
responsable de sus hombres y aliados.
Su vida se la jugaba a manos de indígenas o de españoles
partidarios de don Diego Velázquez, su honor y su libertad se los jugaba en los pleitos por
rebelión que se dirimían en España y su hacienda se la jugaba invertida toda en la
expedición.
Para Cortés sobrevivir pasaba por triunfar
sobre los hombres de don Diego y triunfar sobre los aztecas para obtener el oro
que convenciera a Carlos I de su lealtad.
Ahora apremiaba resolver los problemas en la
retaguardia.
De nuevo Cortés utilizó todo su ingenio y todos sus
recursos para salir de una situación ciertamente comprometida. Sedujo, sobornó,
y pagó traiciones para equilibrar las fuerzas y emboscó en una noche lluviosa a
los hombres de Narváez. Diecisiete muertos. Dos del bando del Espíritu Santo y
quince del bando de Santa María.
Don Pánfilo de Narváez trató de cumplir sus órdenes pero
se vio superado por la capacidad de liderazgo, genio militar y audacia de don
Hernán.
Esta victoria proporcionó a Cortés armas y
hombres pero le había obligado a dejar la tensa situación de Tenochtitlán en
manos de un capitán sin mano izquierda y con precaria guarnición.
Queda demostrado que la conquista de Méjico no
fue únicamente una lucha entre indios y españoles sino que hubo alianzas entre
indios y españoles y hubo luchas intestinas entre los indios y entre los
españoles. Las visiones históricas simples quedan simplonas e imaginarias.
Desde la partida de Cortés todo Tenochtitlán
estaba inmerso en los preparativos de la celebración del mes tóxcatl en honor a
Tezcatlipoca, que este año significaba una reafirmación de las tradiciones aztecas
frente a las prohibiciones y humillaciones por parte de los teules (=
españoles ).
Algunos criados indios habían aparecido asesinados y nadie estaba
aprovisionando a los españoles. Los tlaxcaltecas malmetían y cizañeaban cuanto
podían contra sus enemigos mexicas ante los españoles y Alvarado usó
su mano izquierda para arrancar bajo tortura a unos parientes de
Moctezuma la confesión de un complot contra los españoles.
Pedro de Alvarado debió pensar en lo que haría don Hernán al descubrir un
complot y se acordó de Cholula. Matanza al canto.
Guerra total.
En ese punto y hora, quedó declarada la guerra a muerte entre aztecas y
españoles. Y teniendo en cuenta la multitud congregada es increíble que
llegaran con vida a refugiarse en el palacio de Axayácatl. Lo único positivo
para los españoles en tal circunstancia era el hecho de haber acabado con los
caciques ( guerreros y capitanes ) de los aztecas - lo más granado de la
nobleza mexica se encontraba en el Templo Mayor - . De hecho, el posterior
asalto al palacio aunque fue brutal, resultó embarullado y descoordinado, y se
detuvo con las palabras coaccionadas de Moctezuma que salió a aplacar a la
turba con la daga de Alvarado en la espalda.
Los aztecas se retiraron tragando ira y buscando ya un nuevo líder. Los
españoles quedaron atrapados en el palacio, sin provisiones, a la espera de
Cortés. Tenochtitlán quedó sepulcral.
Empiezan los problemas con mayúsculas para don Hernán, que llega furtivo a la
capital azteca.
Derrotado en Tenochtitlán, Cortés organiza una salida
que rompa el sitio lo más ordenadamente posible. Fracasó. Las trampas, lo
angosto del pasaje de salida y la superioridad numérica azteca, convirtieron la
salida en una huida, una escapada desorganizada donde se perdieron los cañones
y la mayoría del oro, de las provisiones y de los hombres.
Y pudieron escapar con vida gracias al precioso tiempo que los mexicas perdían
en sus esfuerzos por capturar enemigos con vida para sus sacrificios. Ya
sabéis, corazones palpitantes, canibalismo y cráneos expuestos. También lo
sabían los españoles que escuchaban los ruegos y lamentos de los capturados y
sus gritos en la lejanía.
¡ Qué noche !, "la noche triste".
Los aztecas tenían un nuevo líder, el emperador Cuitláhuac, y habían demostrado
que vencer a los extranjeros era posible. La alianza
Tenochtitlán-Texcoco-Tlacopan posibilitaba un ejército de más de 40.000
guerreros, y si bien se estaba perdiendo algo de tiempo en reunirlos y en los
sacrificios humanos, había margen para organizar al ejército y, capitaneados
por el Cihuacóatl Matlatzincátzin, emboscar a los españoles en su penosa
huida acosados, hambrientos, sedientos, fatigados y heridos hacia
Tlaxcala, y así acabar con los teules y sus aliados. El lugar para la cacería
se llamará Otumba.
Otumba.
Dejamos a Cortés y sus hombres, escapando de
Tenochtitlan para salvar sus vidas. Se dirigen hacia Tlaxcala, territorio
amigo.
Les siguen miles de guerreros mexicas y sus aliados,
llevan una semana de marcha con sus enemigos en los talones. Dos días atrás,
una avanzadilla ha sido emboscada en un barranco y solo la rapidez de reacción
del los hombres comandados por Diego de Ordaz, ha evitado una nueva
masacre. Al día siguiente son hostigados al paso por otro pueblo, Cortés recibe
el impacto de una piedra lanzada por una honda, que le alcanza en la cabeza,
resultando malherido. La situación es extrema, hay que llegar a Tlaxcala, pero
los aztecas no están dispuestos a consentirlo. Además Cortés sabe que incluso
aún llegando allí, puede que no estén a salvo, la noticia de su huida de la
capital, ya ha llegado a sus aliados y Cortés sabe que no es lo mismo llegar
como triunfador, que llegar como un perdedor perseguido por decenas de miles de
indios. Los tlaxcaltecas podrían cambiar de bando y aquello sería el fin.
En estas condiciones llegarán a Otumba.
Cortés no tienen cañones, la pólvora que no se
perdió en los canales, está mojada y es inútil para usarla en los arcabuces,
solo les quedan veinte caballos y sus trescientos hombres están agotados, lo
mismo que sus dos mil indios aliados, tlaxcaltecas en su mayor parte. Aún así,
Cortés decide dar la batalla. Sabe que enfrente tendrá a mas de 40.000 indios
y que a pesar de la superioridad táctica de sus fuerzas, el número de enemigos
es tan elevado, que no necesitarán saber demasiado de tácticas, con arrollarlos
será suficiente.
Cortés forma a sus mermadas fuerzas en cuadro.
A la caballería, dado su número tan bajo, casi testimonial ( 22 caballos ), les
ordena correr la línea, lanza en ristre, pero solo para desordenar las filas enemigas,
sin detenerse a lancear, pues sería inútil. Todo el que puede manejar una
espada, se prepara para luchar. Las mujeres también.
Amanece y por las laderas del cercano monte
Aztaquemecan, bajan miles de guerreros, sus túnicas cubrían por completo la falda
del monte, eran más de 40.000 ( en esto coinciden todas las fuentes ), nunca se
habían juntado tantos. Enfrente 300 españoles y unos 2.000 indios aliados, sin
cañones y sin arcabuces útiles, dispuestos a no dejarse coger vivos para no acabar destripados en lo alto de una pirámide.
Suenan las caracolas y los gritos de los
guerreros de la Triple Alianza, su comandante Cihuacatzin, desde la loma
del monte y llevado en andas por sus guerreros, ordena el ataque. Los indios
atacan bajo un griterío ensordecedor. Los españoles se dan ánimos al grito
de ¡Santiago y cierra España!
El choque es demoledor. En un primer momento,
la avalancha humana es tal, que la caballería se refugia detrás de la
infantería. Era tal el número de indios, que Bernal Díaz nos cuenta en su
crónica que se estorbaban unos a otros a la hora de atacar, tropezando sus
armas y brazos entre sí.
La caballería sale a correr la línea, sin
detenerse, para así evitar los dardos o ser derribados por la multitud. Se
lancea al galope..
Los hombres de a pie aguantan las embestidas,
haciendo numerosas bajas entre los mexicas, los guerreros enemigos caen a
cientos, pero los huecos son llenados instantáneamente por nuevos brazos, por
cada indio que caía, otro ocupaba su lugar. Y mientras tanto, de las colinas
seguían bajando nuevos guerreros.
Era cuestión de tiempo que los españoles
cayeran agotados. Solo cuestión de tiempo.
No es difícil imaginarse los pensamientos de los
españoles al ver las laderas inundadas de enemigos, que seguían y seguían llegando, al
tiempo que iban formando un cerco a su alrededor.
Los cañones estaban en el fondo de un lago y
la pólvora estaba mojada, pero daba igual, no llevaban tantas balas como
enemigos se presentaban. Iba a ser una batalla a hierro y obsidiana.
No cabía un plan para la victoria, ni siquiera
para lograr sobrevivir, solo juramentarse para no dejarse capturar
vivo, ni permitir que capturasen vivo al compañero, y vender lo más
cara posible la vida.
Pero para esta tarea Cortés contaba con la
infantería con más coraje, disciplina y capacidad de sacrificio de América y de
Europa juntas, algo similar a un tercio de infantería español de los que se
señorearían por Europa en pocos años. Un yunque donde contener las acometidas
de la superioridad numérica azteca.
Hablamos de soldados del valor y arrestos de
don Diego de Ordaz, que por allí andaba juntando hombros y apretando hierro con
sus camaradas. Hablamos de soldados que al grito de ¡ Santiago y cierra
España ! iban a emplearse como nunca antes y como nunca después a su
oficio de matar.
La caballería, en tan escaso número, apenas
podía desbaratar momentáneamente las filas aztecas o acudir en apoyo de los
puntos en dificultad del cuadro de infantería. No era un martillo lo
suficientemente eficaz como para imponerse y resolver favorablemente la
batalla.
Cerca de cuatro horas contuvieron las
acometidas enemigas, matando a destajo, sin apenas progreso, diezmados, heridos
y agotados, viendo como seguían llegando guerreros aztecas a la llanura. Ya
estaban exhaustos cuando ocurrió lo impensable.
La batalla de Otumba estaba literalmente en una
situación desesperada para los españoles cuando Cortés identificó en
una colina al Cihuacóatl Matlatzincátzin y su estandarte, símbolos del poder de
los dioses aztecas, y tomó una decisión arrojada y audaz, una más en esta
historia, jugándose el todo por el todo a una carta: descabezar al ejército
contrario.
Inmediatamente organiza una carga de caballería en la que se acompaña
de don Pedro de Alvarado, don Alonso de Ávila, don Rodrigo Sandoval, don
Cristóbal de Olid y don Juan de Salamanca, entre otros. Acomete las filas
enemigas atravesándolas a puro empuje y ataca al Cihuacóatl Matlatzincátzin
derribándole de una especie de palanquín desde donde oteaba la batalla.
Enarbola y agita victorioso el estandarte ante los ejércitos aztecas que se quedan paralizados, desconcertados, temerosos, perplejos y desdibujados ante la visión
de lo inconcebible: el poder de sus dioses zarandeado por el extranjero.
La batalla acaba de dar la vuelta, los que atacan pero a degüello, nada de
prisioneros, son los españoles-Tlaxcaltecas con la caballería, ahora sí
eficazmente, matando a los aztecas en fuga desbandada. Increíblemente la batalla
se ha ganado, la expedición se ha salvado y la retirada a Tlaxcala es
posible.
Hubo muchas más luchas posteriormente pero en Otumba Cortés salvó su vida y
salvó la expedición, afianzó y acrecentó alianzas - pues lograba llegar a
Tlaxcala como vencedor de los mexicas - y quebrantó el orgullo azteca.
Mucho se consiguió en esa jornada.
Qué audacia la de don Hernán, qué coraje el de la caballería, qué arrestos los
de la infantería, qué fidelidad la de los Tlaxcaltecas, qué esfuerzos y qué peligros
los de la conquista, qué buena fortuna para quién supo buscarla. Un Olé por don
Hernán que estuvo en torero en Otumba. Proeza como rutina.
Otra heroicidad de los españoles que apenas nadie conoce. Otra.
Desde La Noche Triste a finales de Junio de
1520 hasta el comienzo del sitio a Tenochtitlán a finales de Mayo de
1521 pasaron muchos meses de laborioso y constante trabajo en los preparativos
para la toma de la capital mexica. Esta vez no iba a entrar pisando flores ni
furtivo para reunirse con sus tropas. Ahora estaba en guerra total, no cabía
ambigüedad sobre la determinación de don Hernán ni sobre la determinación de
los aztecas.
La toma de Tenochtitlán.
El desafío era grande. Había un ejército
enemigo numeroso, una laguna que sortear y una ciudad que tomar.
La viruela se alió con Cortés y diezmó las
huestes mexicas, incluso acabó con el emperador Cuitláhuac al que sucedió Cuauhtémoc, y debilitó a gran
parte de los que la sobrevivieron.
Afianzó alianzas previas y sumó nuevas
alianzas con el consiguiente aumento en el número de guerreros en las filas
propias a consta de la disminución en las contrarias.
Llegaron nuevas expediciones a Veracruz
aportando hombres, armas y material de campaña para completar los preparativos.
Cortés sabía lo enormemente poblada que estaba
Tenochtitlán y que precisaba de constantes y abundantes suministros de víveres
y agua potable para funcionar.
Tras el reabastecimiento y consolidación de
las fuerzas propias y debilitamiento de las contrarias, pasaría a la segunda
fase: el corte de suministros a la metrópoli mexica para provocar su colapso
parcial o total, antes de iniciar la tercera y definitiva fase: el sitio y
conquista de Tenochtitlán.
Si en Otumba hubo improvisación y fortuna, en
Tenochtitlán habrá método y estrategia.
Los mexicas no habían dominado mesoamérica
gracias a su excelsa retórica y su don de gentes. Eran guerreros extremadamente
feroces y en la defensa de su ciudad
lo iban a demostrar más que sobradamente.
Hierro , cañones, caballos, bergantines, extranjeros, enemigos de siempre y ex-aliados,
la viruela, el hambre y la sed. Nada evitó que pelearan ferozmente cada
centímetro de su territorio hasta la caída de la plaza de Tlatelolco y captura
de Cuauhtémoc.
Entonces fue cuando los vencedores vieron las pieles de los prisioneros españoles
decorando los templos aztecas.
En resumen, que la toma de Tenochtitlán fue una verdadera carnicería por ambas
partes y que hubo que destrozar
prácticamente toda la ciudad para someterla.
Don Hernán impuso su voluntad de victoria y su ejército ante una defensa
numantina impresionante. Tecnochtitlán había caído y el emperador estaba preso.
Bien merecía la ocasión un tedeum, los mexicas pasaban a ser historia y la
conquista de Méjico ya era un hecho. No habrá marcha atrás, mesoamérica es y
será, los siguientes trescientos años, española.
No estaba todo hecho ni don Hernán finalizaría su empresa americana tras esta
victoria pero la conquista de Tenochtitlán simboliza su triunfo y resume su
aventura.
De nuevo, Cortés triunfa y en esta ocasión la noticia atravesará no solo el
Atlántico sino océanos de tiempo a través de generaciones asombradas. Hasta sus
mayores críticos se pasman al entender lo por don Hernán logrado. De nuevo un
olé por el extremeño. Proeza como rutina.
La hispanidad somos 500 millones de personas, cada uno de su padre y de su madre, que compartimos una tramo de historia común y con ello un idioma , el español, que nos permite una comunicación fluida y unos rasgos culturales comunes, occidente/cristo, que nos facilitan el entendimiento. La hispanidad es un tesoro, regalo de nuestros ancestros. Qué hagamos con el tesoro los herederos, es nuestra responsabilidad para con nuestros descendientes.
La construcción, transporte y empleo de los
bergantines es la demostración del genio de don Hernán en la optimización de
recursos y la no renuncia al uso de todas sus habilidades y opciones; así como
de que don Hernán, independientemente de sus dotes diplomáticas y de su
intención de vencer y convencer en mesoamérica, sabía hacer la
guerra.
Para los actuales mejicanos imaginarse trece
barcos de guerra luchando por su capital, a cientos de kilómetros de la costa,
debe ser chocante y da la medida de lo que los conquistadores estaban
dispuestos a hacer. Todo y más.
Proezas por rutina.
PS
Gracias Gerry
.