La Royal Navy y el ejército continental inglés, el invierno ruso, el odio de toda Europa y la inesperada tozudez del pueblo español, obraron el desastre del militar con las cualidades adecuadas, del gobernante con la ambición necesaria y del visionario con la idea fija.
El ejército francés cruzó los pirineos en dirección sur en 1807, como invitado de la corona española, y los volvió a cruzar, derrotado, en dirección norte y para no retornar, en 1814.
En este intervalo de tiempo Napoleón se dejó su reputación de invencible, al menos 110.000 hombres, unas diez veces más de lo que él tenía previsto, y unas lecciones prácticas y magistrales sobre cómo combatir y vencer al mejor ejército del momento que aprovechó y mucho del duque de Wellington.
En Waterloo se enfrentó en horas bajas al odio europeo, al resabiado duque y a la escasez de efectivos procurada en Rusia y España. Y perdió, claro, no solo la batalla, que también, sino todo menos la vida.
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