miércoles, 27 de marzo de 2013


El primer general

La victoria de Gedeón fue minúscula, pero es el botón de muestra para entender qué precisa un general para ser así calificado.

 Gedeón, hijo de Joás, de la casa de Manasés, vivió en los tiempos en los que los judíos eran acosados por los madianitas. Los judíos se ocultaban en las montañas y malvivían en cuevas o  junto a fortines entre razzia y razzia de los madianitas, a sus cosechas y ganado. Los caudillos de Madián, con sus incontables camellos, llevaban siete largos años oprimiendo a los judíos. Estos, por su parte, habían relajado sus ancestrales costumbres y ya tenían un altar a Baal, entre otras importaciones de los pueblos vecinos.

Así discurrían las cosas para los judíos cuando el Ángel de Yavé vino a visitar a Gedeón y le transmitió que él era el elegido para hacerse presente ante su pueblo. Los judíos se habían alejado de su verdadero Dios y lo primero era reconducir esta situación, así que Gedeón derribó el altar de Baal y, ante el enojo de los judíos, Joás retó a Baal a vengarse personalmente de su hijo. Cosa que no ocurrió. Tras este desafío sin respuesta del enviado de Yavé hacia Baal, Gedeón acaudilló la rebelión israelita contra la opresión de Madián.

La rebelión debería haber sido breve y trivial, dado que las tropas madianitas eran más numerosas y estaban más fuertemente armadas, pero resultó un éxito israelita gracias a la astucia, la sorpresa y la coordinación que Gedeón supo ejecutar.

Los capitanes de Madián no temían un ataque de unas tropas que sabían inferiores en número y equipamiento, pero la tropa estaba inquieta por las historias, bien difundidas y exageradas, acerca de que Dios guiaba la espada de Gedeón, de que Gedeón retó a Baal y este no acudió, de que la fuerza de Gedeón es la de cien hombres…

A falta de carros, buenas y numerosas lanzas y espadas, una riada de preparados guerreros o máquinas de guerra, Gedeón escogió a sus trescientos mejores hombres y les hizo partícipes de su osado plan. La noche, el sigilo y la coordinación, el fuego, el estrépito y la confusión, unas teas, unas jarras, unas trompetas, las espadas y todo el valor que anidase en sus corazones. Eso, y la ayuda de Yavé, serían sus armas.

Tras una última y personal inspección al campamento madianita, Gedeón armó a sus 300 hombres con una jarra que ocultaba una tea, con una trompeta y con una espada. Les mandó acercarse en silencio y rodear al enemigo, con todo el sigilo posible, y aguardó al cambio de guardia. Entonces, en mitad de la noche oscura y callada, sonaron todas las trompetas a la vez, junto a los alaridos de los guerreros israelitas al tiempo que lanzaban las teas ardiendo al campamento enemigo. El desconcierto entre los hombres del campamento fue absoluto, debieron creer que les atacaban las hordas del infierno o que Baal, o Yavé en persona, venía a pedirles cuentas. Los israelitas mantuvieron su formación, acercándose hacia los enloquecidos madianitas que escapaban de sus tiendas ardiendo, que se tropezaban los unos con los otros y que, finalmente, se acuchillaban entre ellos confundiéndose entre sí con enemigos. Los hombres de Gedeón apenas necesitaron pelear. Contemplaron el caos creado, sus luchas enmarañadas y su huida desesperada. Entonces ordenó el acoso, el ataque implacable a los que huían, masacrándoles, para completar la victoria en todos los sentidos.

La parte del mérito que no le corresponda a Yavé, le permitiría a Gedeón sentarse en la sala de los grandes generales de la historia. Su victoria fue nimia, pero resume las virtudes del buen mando militar: Calidad sobre cantidad, atención al detalle, trabajo en equipo, reconocimiento personal del terreno, mando absoluto, conocimiento del adversario, arma adecuada, elevada moral, sorpresa, guerra psicológica, destrucción completa del enemigo, acoso con tropas ligeras, bloqueo de la huida, astucia, planes simples…en síntesis, conocimiento de las limitaciones de su ejército y llevar a su tropa exactamente hasta ese límite.
































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